miércoles, 27 de agosto de 2014

¿Cuánto tiempo más con la mano extendida?

Nuestra imagen ante el mundo

Las dos Guatemalas. La de las mansiones —las de los narcos son más risibles por ostentosas  y kitsch, y que me perdone el arte que lleva ese nombre— y la de los ranchos de caña o adobe. Las casas improvisadas con cartón, lata y sobras de lo que sea. Perdidas entre el monte unas, colgando de un barranco otras.

Los dueños de las primeras jamás piensan en los que viven en las covachas, en los ranchos pajizos. Como no sea para obtener mano de obra muy barata que les permita levantar la finca, el edificio en las zonas más repipis de la capital. Y el Estado —que desapareció como ente funcional y ha quedado en entelequia—  o mejor dicho, el gobierno, con g minúscula porque no merece otro tratamiento, en manos de seres muy ocupados en sus inversiones millonarias en bienes raíces, depósitos off shore o en bancos suizos.

Lo que ha proliferado es el hábito de sostener la mano extendida, como hacen los limosneros ciegos a las puertas de las iglesias, cuando ya la muerte por hambre acecha con la mejor de sus sonrisas.  Por eso, para vergüenza de aquellos que todavía la tenemos, es preciso ponerla bajo los rostros de los países con los que nos relacionamos, para paliar, hoy por ejemplo, el estado de calamidad aprobado ayer por el Presidente y sus ministros.

Y nos ayudarán. Pero recuerdo lo sucedido tras el terremoto del 76, cuando llegaron los primeros aviones con ayuda y vi cómo gente, uniformada o no, sacaba cajas de alimentos y tiendas de campaña. Entonces la ayuda internacional quedó en manos de representantes de los países que nos socorrieron, y prefirieron no entregarla al Gobierno de entonces.

Algo similar podría ser puesto en marcha en este momento, para que la ayuda no vaya a dar en esas manos de limosneros infames en que se han convertidos quienes deberían hacerse cargo de sacar al país del terrible estado en que se encuentra.

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