Congreso de la República
La mayoría de diputados de la presente legislatura ha mostrado una vez más su calidad infrahumana.
El grupo que domina bajo férula militaresca al desvanecido Congreso ya se ocupó, durante la guerra del siglo pasado,
en bajar lo que consideraron exceso de población. Y enlutaron al país por
décadas mientras violaron, asesinaron, despanzurraron niños y quemaron en
recintos cerrados a los pobladores de muchos pueblos indígenas en el altiplano.
Eso, por no hablar de los cientos o miles de personas que
fueron secuestradas en las áreas urbanas y que son esos seres a quienes
llamamos desaparecidos tratando de esconder nuestras antiguas lágrimas.
Ahora, viejos, se preocupan por seguir con toda celeridad,
los pasos del Comandante Tito para enriquecerse mediante leyes que les
permitirán convertirse en trasgos
—del latín transgredī, que significa el que
transgrede, el que rompe con la ley— ricos,
riquísimos. Como el señor que desde el Palacio del Mariscal Zavala continúa
gobernando ciertos ambientes mientras descansa lindamente y conspira.
¿Y
a qué travesuras se dedican esos incúnfidos desde las curules que —por poner un
ejemplo honorable— ocuparon en su día los Diputados a la Asamblea que decretaron
y sancionaron la Constitución del 11 de marzo de 1945?
Pues
a tratar de favorecerse a sí mismos —hay muchos ganaderos entre ellos— y a sus
amigos del CACIF con una ley que les permita ser pequeños contribuyentes mientras
no pasen de facturar dos millones de quetzales al año.
Quedando
bien con el monarca del Mariscal Zavala y su corte —que algún regalito les debe
haber enviado— proponiendo una ley que consienta que todos aquellos corruptos
que fueron acorralados por la recta acción del Ministerio Público y la CICIG
puedan salir rápidamente de los aposentos que ahora ocupan. Y vuelvan a las
andadas.
(Excepto
la señora Baldetti y el señor López Bonilla, a quienes el Gobierno de los
Estados Unidos les ha extendido una visa especial para que pasen algunos años
en el norteño territorio, usando su color favorito: el naranja.)
Golpeados como estamos por la tragedia de la cárcel de menores en San José Pinula, pretenden estos seres a quienes no podemos dar
nombre siquiera, aprovechar la ocasión, soltar a los inmorales, y beneficiarse
ellos mismos.
Total, al llegar a la senectud, una pensión — por discreta
que sea— no le cae mal a nadie.
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