Jimmy y su hermano
No puede extrañar a nadie que Jimmy Morales sobrelleve y admita
en público que sufre estrés. Salvo el apoyo de algunos de sus ministros —e
imagino que algunos otros pocos funcionarios cercanos a él— el Presidente se
encuentra trabajando, a mi juicio, en solitario.
Antes de ser presentado como candidato a la
Presidencia de la República, salvo una fallida candidatura a la alcaldía de
Mixco en 2011, jamás se había ocupado del campo de la administración pública.
Fue escogido precisamente por eso; y en su desconocimiento de cómo se mueven
las aguas políticas alrededor del manejo de la cosa estatal, no logró advertir la
maquiavélica forma en que fue reclutado por el partido FCN-Nación, que no es
otra cosa que la agrupación de ex militares veteranos que tomaron parte en la
guerra en este país.
Durante la conmemoración del Día del Ejército en 2004, aquellos
que participaban en el desfile como integrantes de la Asociación de
Veteranos Militares de Guatemala —AVEMILGUA— fueron agredidos públicamente por los
familiares de algunas de las víctimas desaparecidas durante el conflicto
armado.
Cosa terrible debe haberles parecido a los asociados de
Avemilgua aquel ataque inesperado. Tanto que apenas tres meses más tarde,
lograron inscribir el comité pro formación de un partido político ante el
Tribunal Supremo Electoral.
En la página digital de Avemilgua se anota, como misión de
la entidad, lo siguiente:
“Coadyuvar a fortalecer y defender el honor y dignidad de
Guatemala y de su Ejército, mediante la
organización de sus veteranos y personas afines a la institución, y exaltar los
valores y glorias del Ejército de Guatemala”, su verdadera vocación; poniendo a
un país entero al lado de un ejército como si de la misma cosa se tratara.
Luego de la aparición del Presidente y del Vicepresidente en
el balcón del Palacio de Gobierno para ver el paso de la Huelga de Dolores del
año pasado, me parece que ha habido un distanciamiento entre ambos. Jafeth
Cabrera tendrá su agenda, que no coincidirá precisamente con la de los
militares atrincherados —nunca mejor usada la palabra— ahora en el Congreso de
la República.
Tampoco ellos saben de política. Son diestros en cuestiones
de armas, confabulaciones y todo ese arsenal de actos que llevan a un ejército
a ganar una batalla buscando el triunfo en la guerra. Ya saben bien que no existe
el enemigo común que hace años, durante la Guerra Fría, bajo la égida de
Estados Unidos, eran los comunistas;
porque el comunismo falleció finalmente en 1989 con la caída del Muro de
Berlín.
Cierta vez anoté que si queda comunista alguno en el mundo,
debe tratarse de un anciano que toma café y el sol en algún restaurante europeo,
con el bastón bien cerca de su silla.
Entre paréntesis: la tirria de Jimmy Morales contra CICIG, y
especialmente contra Iván Velásquez puede provenir del hecho de que su más
cercano y confiable asesor, su hermano Sammy, fue detenido —de carambola, me
parece— por el escándalo de corrupción en el Registro de la Propiedad, donde la
estrella, no se le puede negar ahora esa condición, es la niña mimada del
difunto Partido Patriota: Anabella de León, de quien se dice que casi deja en
quiebra el Registro.
Sin partido, porque el partido ya sabemos cómo está formado
y ellos sabrán cuáles son sus intereses que más bien me parecen personales; sin
asesores confiables; sin el apoyo de su vicepresidente; falto de un equipo de
comunicación social apropiado que le aconseje cómo aparecer en público y qué
decir; con la honra familiar deteriorada ¿quién puede admirarse de que el
Presidente de Guatemala aparezca hace unos días anunciando saber de un posible
golpe de estado, conocimiento que le llega de buena fuente (¿Avemilgua, tal
vez? Sus miembros saben de esos menesteres y cómo asustar con el petate del
muerto)?
¿Quién puede asombrarse de que —ahí sí tal vez asesorado y con
muy mala fe— hace apenas dos días el Presidente afirme sin reparos que fueron
los medios de comunicación los que inventaron la historia del golpe de Estado
ficticio?
En solitario, como cualquier artista que se separa de su
elenco; sin que haya a su lado persona alguna que le recuerde que el gobierno
de cualquier estado se basa en una ética determinada, el presidente horada
profundamente el hormiguero. Y los periodistas, con toda la razón, nos encolerizamos
a extremos comprensibles.
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