Florencia
Recuerdo haber
estudiado en la Facultad de Humanidades, en la clase de Filosofía de Pepi Rölz
Bennett, que hay un instrumento fundamental para las personas que acceden a
cualquier puesto de gobierno. Y es la Ética. Desde la antigüedad, quien
quisiera hacer carrera en las cuestiones públicas debía estudiar esa disciplina,
que era considerada parte importante de la política.
Así se preparaba la
sociedad para que, quien desempeñara el gobierno de un pueblo, actuara bien.
En las grandes
civilizaciones hubo tratados importantes sobre el tema. También, como
resultado del estudio de la Ética surgían los códigos para la función pública,
que eran impartidos por grandes maestros.
De las antiguas culturas
nos queda, por ejemplo, el Código de Hammurabi, rey de Babilonia quien unificó
toda la Mesopotamia en Siglo XVIII a.C. De ese código, escrito en un inmenso
bloque de basalto surge el concepto de llamar “lo que está escrito en piedra” a determinadas
secciones de algún código legal moderno que a juicio de los legisladores no
deben cambiarse.
En la antigua China se
escribieron, en siglo V a.C., Los cuatro grandes libros de Confucio. De
allí provienen Los principios chinos
sobre conducta pública. En el siglo IV a.C. los griegos produjeron Las obras
morales de Plutarco y las obras de Ética de Aristóteles. En el siglo III a.C.,
en la India se redactan Los principios del Rey Asoka. Entre los siglos I a.C. y
I d.C. surgen las obras Sobre los deberes, tratado de Cicerón, y los Tratados Morales
de Séneca.
Jamás escuché o leí
que fuesen los miembros de la milicia los principales asesores de un monarca.
Al contrario, siempre han estado bajo las órdenes e instrucciones del rey, monarca,
emperador o zar, por ser parca en
ejemplos.
De Maquiavelo, nacido
en 1469, bajo la égida de los Médici, sé que fue militar después de 1494,
cuando los Médici fueron expulsados de Florencia. Y para ello, formaba parte
del servicio Militar Libre de Florencia. De sus experiencias sacó la moraleja: “es mejor ganar la confianza de la gente que confiar en la fuerza”.
Nunca dijo que “el
fin justifica los medios”. Algunos de los lectores de “El Príncipe” lo
comenzaron a difundir como una especie de resumen del capítulo XVIII del libro,
que más bien debe interpretarse como que un acto se juzga por el éxito o fracaso que obtuvo, no por tener una
finalidad de un tipo o de otro.
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